El pasodoble en Caracas
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Eleazar López Contreras
eleazarlopezc9@gmail.com
Eleazar López-Contreras
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Como suele ocurrir con otras músicas, antes de ser aceptado en sociedad el pasodoble se bailaba en lugares de mala reputación, tal como se hacía en la zona roja de Puente Hierro, donde se bailaba “pegado”. Es por ello que al compararlo con el tango y la rumba, que ya invadían la ciudad afrancesada y española de los años veinte, Job Pim señalaba: Y he aquí de qué modo el pasodoble/ que antaño era plebeyo/ ahora es noble: señor entre labriegos/ tuerto en tierra de ciegos.
Ya durante la Primera Guerra comenzó a notarse su aceptación y popularidad cuando, en 1913, ganó el Clásico Presidente de la República un caballo llamado Paso-Doble. Para entonces, el maestro P.E. Gutiérrez, que por su popularidad podríamos decir que era el Billo de la época, llegó a escribir un total de 18 pasodobles, además de incluir por lo menos otro tanto en el programa de la retreta de los domingos. Para 1922 publicó El Nuevo Diario una carta que decía: “Varias señoritas de esta culta capital, nos dirigimos a usted con el propósito de exigirle nos haga el favor por medio de su importante diario, de exigirle al maestro don Pedro Elías Gutiérrez repita en la retreta del próximo jueves el paso doble Las Coristas”.
Pero aún el pasodoble no era de un todo respetable (al menos, ciertas letras no lo eran). Según Lucas Manzano, en el Carnaval de 1925 se pusieron de moda dos pasodobles: Lisson Lisette y otro con una letra “medio pasada”, que decía: ¡Ay Colombina, Colombina/ niña gentil y caprichosa/ si me concedes tus favores/ con tus amores te haré dichosa. Agrega el cronista: “La letra continuaba con una ‘invitacioncita’, especie de ‘movida’, como dirían ahora: “Marchemos juntos locamente/ tras la alegría y el placer/ pues dicen que la vida es corta/ y sólo importa pasarla bien”.
Además de la retreta, el pasodoble formaba parte del repertorio de los cañoneros y los conjuntos urbanos al estilo de Los Criollos y Los Antaños del Estadio. Rojo como un puñal (Francisco Pacheco) yPuñadito de sal (N. Verona) se hicieron tan populares en esos años que fueron perforados en rollos de pianola. La metafórica letra del pasodoble del puñal decía: “Rojo como un puñal ensangrentado/ como el color de la española enseña/ como la boca húmeda que sueña/ besar un corazón enamorado”. Otros que estuvieron de moda en los años veinte fueron: Oye, Margot, El pagaré y El abanico. Los pasodobles de entonces hablaban por igual de mujeres que de jugadores de pelota o de soldados como los compuestos y cantados por Lorenzo Herrera: Valenciana, El bateador y Soldadito español.
En esa época también se bailaban o cantaban: Alai cuy cuy, El romantó y Las tenazas, que grabó el afamado Juan Pulido y llegó hasta España en los instrumentos de la orquesta de un aragonés apodado “El Maño” (Manuel Espinosa). El mismo era un pasodoble que el maestro Rafael Romero Osío, padre de Aldemaro, escribió por encargo para promover un jabón que, con ese nombre, competía con Las Llaves. Su popularidad llegó a ser tal que el compositor se vio obligado a ponerle otra letra, que fue parodiada por los cañoneros. De este modo, “Cómo va a ser/ cómo va a ser/ que amando tanto/ ya no tenga a quien querer”… se convirtió entonces en “Cómo va a ser/ cómo va a ser/ que en esta fiesta/ no haya nada de beber”.
Pero el escenario más natural para el pasodoble, aparte de la pista de baile, era la plaza de toros, donde el paseíllo se hacía al compás de España cañí, Gallito, Virgen de la macarena, El gato montés, Mi jaca, En er mundo, El farolero (Farolito de Madrid) o Soldadito español.
Con el auge que tuvieron los toros en los años veinte apareció un pasodoble dedicado al torero Eleazar Sananes, que por ser catire, lo llamaban “Rubito”. A su regreso de triunfar en los ruedos de Colombia, Perú y Panamá, en 1921 los alborozados caraqueños lo recibieron con un pasodoble al estilo de los que entonces se cantaban, con guitarras, cuatro y bandolas: “Cuando Rubito llegó a Caracas/ toda la prensa lo publicó/ es esa carne de canela/ ¡canela fina, de la mejor!”. Medio siglo más tarde, Alfredo Sadel le cantó a otra figura criolla del toreo, el Diamante Negro, a quien José Reina le compuso un pasodoble que luego grabaron Lorenzo Herrera, Ángel Sauce, con una gran orquesta, y Juan Arvizu. Era el ídolo emergente que le cantaba a otro, ya establecido, lo cual indujo a un exultante Aquiles Nazoa a escribir: “¡Qué combinación, señores:/ el torero y el cantante!/ ¡Descabellando las flores/ Sadel le canta al Diamante!”.
En los años cuarenta Agustín Lara le dedicó pasodobles a Gaona, Armillita y Carlos Arruza, pero el más popular de todos fue el que le compuso a Silverio Pérez, figura azteca que los caraqueños vieron torear en persona y en una película que se presentó en el Cine Continental, en 1944. Este pasodoble, que gozó de inmensa popularidad, lo convirtió en su éxito principal la cantante Gloria Reyes en el cabaret Mario. Ya entrados los cincuenta se vio reforzada la popularidad del pasodoble por la inmigración de más de 200 mil españoles que llegaron al país en la década de los cincuenta (en 1946 apenas vinieron 300), lo cual acentuó la posterior profusión de artistas venidos de España, tales como las tres veces guapas Maribel Llorens, Sarita Montiel, Carmen Sevilla, Carmen Amaya, Lola Flores, Isabel Pantoja, La Contrahecha, La Polaca, La Chunga y La Pelúa, quienes impusieron en sus shows o en los cabarets de moda (Pasapoga, Las Fuentes, Plaza, Patio Andaluz, Alí Babá y otros): Ni se compra ni se vende, Te quiero porque te quiero, Qué tontería, Si vas a Calatayud, Campanera, El relicario y el infaltable Que viva España.
En esos años de mitad de siglo vivió en la ciudad el pianista español Carmelo Larrea, quien amenizaba la nocturnidad caraqueña en el bar Piccolino, una de las primeras boites instaladas en el Este de la ciudad. Autor de Dos cruces y Camino verde, también compuso el famosísimo pasodoble No te puedo querer, que Los Churumbeles de España pusieron de moda en 1952 al lado de otros pasodobles que en ese tiempo marcaron época en Caracas: Islas Canarias, Tres veces guapa, Ángela María y El beso. La calidad de estos pasodobles españoles era muy superior a otros que, años antes (en 1931), nos había enviado la Madre Patria, cuyos títulos lo dicen todo: Se va el tren, Paseo de gracia, Alma baturra y Mi caballo.
De todos, El relicario era el más viejo. Este pasodoble lo había traído a Caracas Raquel Meller (en 1925), cuando andaban de gira por América las tonadilleras españolas: Pastora Imperio (cupletista que en 1915 le inspiró El amor brujo a Falla), Paquita Escribano, Rosita Guerra, Tórtola Valencia (que bailaba danzas egipcias, por lo del descubrimiento de la tumba de Tutenkamen), La Fernarina, Lydia Ferreira “La Lusitana” y Carmen Flores. Esta última visitó Caracas en 1922, seguida de su enamorado, don Enrique de Borbón, a quien el “Duque de Rocanegras” (el chiflado Vito Modesto Franklin), lo retó a un duelo por el “amor” de la cantante (después de nombrar padrinos, don Enrique consideró más prudente seguir a Colombia tras su evasiva amada).
Si bien el pasodoble original se popularizó a través de la escena y la fiesta brava, tomando luego visos criollos en su instrumentación y formas, carentes de sus características cadencias flamencas, que es como apareció en los años veinte, el taurino floreció a partir de los años cuarenta de la mano de cantantes y orquestas como la Billo’s Caracas Boys, que lo hizo la pieza indispensable para iniciar las tandas de cuatro o cinco piezas en los bailes. Otras orquestas siguieron la pauta y también abrían el set (el término comenzó a usarse en 1939) con un pasodoble, con lo cual las parejas saltaban a la pista, dada su facilidad para ser bailado como una marcha, lo cual se debe a su sencillo y asimilable ritmo binario que coincide exactamente con la forma de caminar.